Performance y participación social

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La ‘performance’ como expresión estética ha trascendido las barreras del arte y se ha posicionado en el centro de la escena política y cultural de la sociedad global. Irene Ballester la considera un “arte vivo” y una herramienta que las mujeres utilizamos -cada vez con más frecuencia- en nuestras reivindicaciones feministas

Por Irene Ballester Buigues

De sobra sabemos que los tiempos por los que estamos pasando son difíciles para las mujeres, quienes estamos sufriendo el recorte de nuestras libertades y de nuestro derecho a decidir. Por eso salimos a la calle, acto que implica rebelarse, reaccionar y apropiarse de recursos como la performance, cuya palabra anglosajona significa actuación y representación.

La performance es un arte vivo, una herramienta de visibilidad que atraviesa diferentes y complejas fronteras con la finalidad de generar un nuevo lenguaje y un nuevo espacio en el cual escenificar y presentar lo considerado tabú, lo reprimido, lo denostado… y con ello la multiplicidad, a través de la cual interviene en escenarios políticos inestables, represores, caóticos. Su fecha de nacimiento está establecida en la segunda mitad del siglo XX, con los accionistas vieneses, el movimiento Fluxus y el Body Art, pero sus raíces las podemos encontrar ya con el movimiento vanguardista Dadá, cuando las y los artistas, consiguieron absoluta libertad con sus manifestaciones corporales a principios de los años 20 del siglo pasado.

 Las performances funcionan como actos vitales de transferencia, transmiten saber social, memoria colectiva y sentido de identidad. El vehículo de conocimiento de las mismas son las acciones reiteradas mediante las cuales se visibiliza una determinada forma de conocimiento, una experiencia del presente que implica una reacción. La unión entre performance y activismo es clara porque crea un espacio privilegiado para el entendimiento del trauma y de la memoria(1), un lugar en el que nos podamos ver reflejadas y reflejados.

En América Latina, la performance empezó a desarrollarse en un contexto complejo a nivel político en el que muchos países eran controlados por gobiernos militares o no democráticos. La performance por tanto también pasó a ser una herramienta de denuncia que iba -y va- de la mano de las movilizaciones políticas en torno a la defensa de los derechos humanos de mujeres y hombres. Dichas estrategias performativas también han visibilizado desde los años setenta del siglo XX la situación de sometimiento que vivimos las mujeres, se trata de una herramienta artística apenas contaminada por el patriarcado, como también lo es la fotografía, vehículo de expresión y de denuncia para las feministas. Artistas como Carolee Schneemann, Marina Abramovic, Gina Pane, Esther Ferrer, Lorena Wolffer o Regina José Galindo, subvierten la mirada masculina y sus cuerpos desnudos son los protagonistas de la acción, sacuden al público y lo conducen a la concienciación. Así como en un primer momento, las mujeres artistas feministas empezaron a realizar sus primeras performances en las galerías de arte, la nueva performance multitudinaria que bebe de los orígenes anteriormente citados, encuentra su lugar de expresión y manifestación en la calle, apropiándose del espacio público desde el cual gritan las consignas de libertad.  

Las rondas de las Madres de la Plaza de Mayo en Buenos Aires exigiendo la aparición con vida de sus hijas e hijos, así como las huellas ensangrentadas de la guatemalteca Regina José Galindo desde el palacio presidencial a la Corte Constitucional de Ciudad de Guatemala, denunciando el olvido en el que habían caído las víctimas de la considerada más cruenta guerra civil interna de toda Latinoamérica, implicaban la transmisión de un mensaje a través de los cuerpos femeninos, herramienta además desde la que se estaba subvirtiendo ese espacio privado considerado por el patriarcado como aquel que debemos ocupar las mujeres.

Si el feminismo libera, la performance también lo hace, porque ambos, junto con el activismo, buscan ganar espacios de poder, ser parte de movilizaciones multitudinarias y abrir nuevas esferas dentro del debate político, que generen razonamientos críticos y con ello la búsqueda de la participación social, necesaria en estos tiempos. De ahí que podamos establecer una línea delgada de diferenciación entre lo que es una performance multitudinaria y un escrache, pues ambos son callejeros y pacíficos, además de herramientas de empoderamiento.

 

 

(1) Taylor, Diana: El espectáculo de la memoria: trauma, performance y política.

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