Ana Messuti, filósofa del derecho, activista de derechos humanos y abogada de la Querella Argentina contra los crímenes del franquismo, estrena nuestra sección Memoria histórica. En Feminicidio.net creemos que no es posible terminar con la cultura de la impunidad en España sino exigimos Justicia para las víctimas de la dictadura franquista. De las 133 mujeres que se presentan como acusación en esta causa, 105 lo hacen en nombre de sus familiares y 28 en nombre propio
Por Ana Messuti*
La justicia siempre ha sido representada por una mujer. Una mujer con una balanza solamente, al principio, y luego con una espada. Una mujer que pondera las cosas, pero también que amenaza. Y más tarde aún, una mujer con los ojos vendados. Es decir, para que no vea lo que pondera, para que no mire a quien amenaza.1
¿Qué tiene que ver esta mujer, dotada de tan curiosos instrumentos, con la memoria?
¿Tendrá tal vez los ojos vendados para no distraerse con las cosas presentes y ponderar lo pasado que aún no ha pasado?
¿Qué pasa con ese pasado que no pasa? ¿Qué le pedimos a esa mujer a la que cargamos con el pesado nombre de Justicia? ¿Qué le pedimos que haga con los instrumentos que le hemos dado? Le pedimos que haga pasar el pasado, ese pasado que no quiere pasar…
¿Desde dónde y hacia dónde el pasado no puede pasar?
Si, como decía San Agustín, las cosas pasadas ya no existen más, y las cosas futuras no existen todavía, y sólo existe el presente del pasado, el presente del presente, el presente del futuro, ¿dónde está el pasado que la Justicia debería hacer pasar?
Está en la memoria. En la memoria de los hombres y de las mujeres que aún esperan algo de esa mujer, llamada Justicia. Esperan que haga algo con su balanza o con su espada.
Y las que más esperan son las mujeres… Mujeres que cobijan en su memoria, que acunan en su memoria a sus padres, a sus abuelos, a sus hermanos, como si fueran sus hijos, como si la injusta muerte que se los ha llevado los hubiese traído nuevamente a la vida convertidos en sus hijos: están preñadas de sus padres, de sus abuelos, de sus hermanos… y los llevan consigo ante otra mujer, a la que demandan, preguntan, y finalmente exigen que haga algo que las libere de esa pesada y entrañable carga, que las mantiene en vida, porque no las deja morir en paz… porque no las deja siquiera morir.
He escuchado muchas veces esas palabras de las mujeres querellantes. Mujeres que se querellan por los suyos, por los que guardan en sus memorias, con sumo cuidado, porque saben que si no los tienen ellas allí, morirán definitivamente. Mujeres que le ganan vida a la muerte, porque dicen que no quieren morirse sin recuperar los restos (¡los restos!…) de sus padres, de sus madres, de sus hermanos, incluso de sus tíos … y no se mueren. De esas mujeres surgen en gran parte las querellas que impulsan la causa argentina.
Pero hay otras mujeres a las que les han arrancado literalmente los hijos de las entrañas… que se han quedado vacías, las manos vacías, el regazo vacío, y que no saben dónde los han llevado, a ellos, sus hijos, si viven o están muertos, si podrán abrazarlos algún día de todos estos días de sus vidas que dedican a buscarlos… mujeres para las que el pasado no ha quedado solamente en su memoria, sino que es un presente continuo de un pasado que las ha dejado sin futuro. Un futuro ausente. También de estas mujeres surgen querellas encausadas en la Argentina.
La causa abierta en la Argentina: como si las madres de la Plaza de Mayo hubiesen señalado el rumbo, un camino que ellas solas habían logrado abrir, con sus hijos otra vez en sus entrañas, esta vez preñadas de dolor. No importa la geografía, porque el camino es el camino hacia la justicia, hacia esa Justicia tristemente ciega, con una balanza que no puede ver, con una espada que no quiere usar.
¿Qué sentido tiene entonces que las mujeres se encaminen hacia esa Justicia? Hacia un Justicia ciega, que también es sorda, porque es de mármol. ¿Qué sentido tiene?
Los platillos de su balanza no pueden pesar el dolor; su espada no puede devolver a los padres y abuelos, ni vivos ni muertos , a los hijos robados… ¿qué sentido tiene entonces?
Pero las mujeres, ya sabias, no se dirigen hacia esa estatua, hacia esa Justicia convertida en estatua. Se dirigen hacia una Justicia que no es silencio sino palabra, que no es ceguera sino mirada. Mirada al presente del pasado, para hacer que se encuentren los vivos con sus muertos; mirada al presente del futuro, para hacer que las madres se encuentren con sus hijos. Se dirigen a una justicia que es mucho más carne que estatua, que es mucho más que una palabra, y en ese dirigirse ya comienzan a hacerse justicia.
*Abogada de la Querella Argentina contra los crímenes del Franquismo.
[1] Me permito remitirme a mi trabajo “La justicia deconstruida”, ediciones Bellaterra, Barcelona, 2008 pp. 16 y ss..