En el proceso argentino contra los crímenes del franquismo, cinco de cada 10 querellantes son mujeres. En una primera etapa, la mayoría de las denuncias fueron contra los fusilamientos. Luego se unieron las querellas por la tortura y maltrato a presas y presos políticos, el robo de niñas y niños, el trabajo esclavo y las denuncias de vejaciones y abusos en un preventorio madrileño. Tan sólo dos de cada 10 mujeres denuncia por querella individual crímenes sufridos en primera persona.
Por Ana Viqueira – Feminicidio.net – 2013
Trece mil trescientos trece días después de las primeras elecciones españolas sin el dictador Franco, todavía ahora, continúan sin juzgarse los crímenes del franquismo en España. El primer intento lo dio el juez Baltasar Garzón pero en el 2008 la justicia española amparándose en la Ley de Amnistía, denunciada por organismos de derechos humanos y la ONU, acusa de prevaricación al juez Garzón y deja las denuncias presentadas en el limbo legal hacia la jurisdicción de las delegaciones territoriales. Es entonces cuando, desde el otro lado del charco, se decide emprender un proceso de justicia, verdad y reparación de las víctimas. El 14 de abril de 2010 se inicia la querella contra los crímenes del Franquismo desde Argentina, uno de los abogados promotores fue Carlos Slepoy, entrevistado por Feminicidio.net . Pocos meses después se incorporó la abogada Ana Messuti, con quien reflexionamos sobre los pasos de la querella en el mes de abril pasado. Las primeras personas que se querellaron eran sobre todo familiares de aquellos hombres a los que el franquismo había fusilado. Pero, poco a poco, se fueron sumando agrupaciones de niñas y niños robados, el trabajo esclavo, las ex presas y ex presos del franquismo y las víctimas del Preventorio de Guadarrama se unieron a la querella.
El proceso judicial abierto desde Argentina cuenta con 228 querellantes, 14 corresponden a asociaciones. De las querellas individuales, 103 son hombres y 111 mujeres. Solo 27 de las querellantes mujeres acusa por crímenes cometidos contra ellas. Nueve se querellan por el robo de niñas y niños, seis madres por desaparición de hijas o hijos y tres mujeres que buscan a su familia biológica. También hay siete mujeres que denuncian detenciones y malos tratos entre los años 1968 y 1975. El crimen más denunciado sólo por mujeres reúne a 11 querellantes, tuvo lugar entre 1946 y 1975, y, aunque puede ser común en más instituciones como ésta, sucedió en un punto concreto del mapa: el preventorio de Guadarrama, Madrid.
Vejaciones en el Preventorio de Guadarrama
“La mujer es el germen”, Ángela y Alicia revisan las fotografías que revisten las paredes mientras el aula se va llenando de gente. Es 18 de abril, 2013, y en el Instituto Lope de Vega de Madrid se celebra el I Encuentro Estatal de Apoyo a la Querella Argentina contra el Franquismo. Desde 2010, un grupo de 11 mujeres denuncian múltiples vejaciones sufridas en el Preventorio de Guadarrama. Son más de las 12 del mediodía, alrededor de 30 personas están sentadas en los pupitres y dos querellantes, Ángela Fernández y Alicia García, relatan las agresiones y maltrato que recibieron ellas y sus compañeras en esa institución franquista. Aunque todas han pasado por humillaciones y violencia, Ángela mantiene sin titubeo alguno que “la mujer es el germen”. Respira hondo y mira a toda la sala. “El germen de la revolución”, afirma.
El origen de los preventorios se remonta al final de la Guerra Civil cuando Mercedes Sanz Bachiller se dedica a ampliar el trabajo de “Obra de la madre y el niño” amparado por Auxilio Social. De estos centros se ha destacado la “metodología de la sumisión”. En Guadarrama, localidad madrileña que sufrió severamente los bombardeos durante la Guerra Civil, se abrió en 1946 el Preventorio Infantil Doctor Murillo de Guadarrama que funcionó hasta 1975. La institución dependía del Patronato Nacional Antituberculoso, organismo autónomo del Ministerio de la Gobernación. El objetivo, descrito oficialmente, era facilitar a las niñas de todo el país unas vacaciones en las “colonias preventoriales”.
“Venían a buscarnos a nosotras, a las niñas de familias sin grandes recursos, republicanas, y les recomendaban a nuestros padres y madres que fuéramos pues estaríamos de vacaciones y nos tratarían muy bien…”. Ángela está sentada a su lado, asiente. “Muchas veces eran los patronos de nuestros padres los que lo recomendaban. Y aquello no era auxilio… era meternos en una ideología con la ayuda de la Iglesia que quería recuperar los privilegios que le quitara la República. Por eso, digo yo, no se llamaban “curatorios” ni “campamentos”, eran “preventorios” cuya labor era, propiamente, prevenir”.
La apertura de preventorios en España la va a marcar la expansión de la tuberculosis, enfermedad que llegó a causar, en 1940, alrededor de 30.000 muertes en todo el Estado [1]. El descubrimiento de la estreptomicina marcó la lucha contra esta epidemia al convertirse en el principal fármaco para combatirla. Aunque ya existían mecanismos de control contra la tuberculosis en la Dictadura de Primo de Rivera y la II República, con el franquismo, el 5 de agosto de 1939 se crea la Ley de Bases del Patronato Nacional Antituberculoso que, después, el 26 de diciembre de 1958, se proclama la ley en la que se asienta el “Patronato Nacional Antituberculoso y Enfermedades del Tórax”. Estos organismos tenían dos tipos de actuación, uno era mediante los propios “curatorios” y el otro, como es en este caso, a través de los “preventorios”. Más de veinte años después comienzan a cerrarse al crearse el 29 de diciembre de 1972, la “Administración Institucional de la Sanidad Nacional” que, al finalizar el régimen franquista, queda supeditada en la Ley General de Sanidad de 1986.
Actualmente, apenas existe documentación sobre el número de preventorios en el Estado español y cuál era su régimen interno. En un estudio, realizado por Porfirio Marín Martínez, sobre el Preventorio Infantil del Niño Jesús de Almería (1945-1965), relata los déficits del internado con “carencia de hamacas para el reposo hasta el año 1949, cinco años después de su funcionamiento”[1] y consigue documentar la medicación a la que eran sometidos cada mes: “43 radiografías, 748 inyectables de Calcio y Vitamina C, 6 medicaciones con Vitamina A y D, 83 curas, 7 tandas de medicación oral a todos los niños sin especificar qué tipo de medicamento, 13 exploraciones de niños de nuevo ingreso…”[2]. Recoge cómo “las visitas a los niños estaban permitidas sólo durante los domingos primero y tercero de cada mes a aquellos familiares que se acreditaran mediante tarjeta con fotografía expedida por el Dispensario y debidamente firmado por el Director.” y, como método de internamiento, las solicitudes “hasta el año 1953, normalmente iban acompañadas de certificado de pobreza o beneficencia expedidas y los respectivos alcaldes de barrio o por las secretarías de la Falange Española Tradicionalista y las J.O.N.S.” (…) “También se comprometía al padre o familiar a no retirar al niño si no era por alta, dada por el director, o por razones que él mismo estimara justificadas” [3].
Las niñas y niños de los preventorios tenían entre cinco y 13 años y cumplían una estancia de tres meses aproximadamente, en materia de “colonias infantiles”, aunque testimonios relatan cómo había quienes pasaban más de seis meses, normalmente venidos de familias de clase social baja o trasladados de otras provincias. En el Preventorio de Almería, entre 1959 y 1965, albergaron a 1.384 niños y niñas de Almería, 1.005 de Madrid y 922 de Córdoba [4].
“Las habitaciones estaban repletas. Te hablo de cuartos grandes de 80 camas en dónde podíamos llegar a estar hacinadas 500 niñas”, Alicia continúa narrando mientras Ángela, sentada a su lado, la mira. “Nos quitaban nuestra ropa. Quedábamos con un vestido fino, alpargatas de trapo y chaqueta fina de algodón. Con frecuencia nos despertaban por la noche y llevaban al patio en donde nos hacían cantar el “Cara el Sol”. El frío era espantoso, ¡pero espantoso! Nosotras íbamos con esos trapos y ellas con chaquetas de lana…¡inhumano!”.
“Al mediodía nos obligaban a dormir la siesta prohibiéndonos mover de cama a lo largo de tres horas. ¡Y éramos niñas, lo pasábamos fatal, queríamos jugar no estar inmovilizadas!”. “Nos duchaban un día a la semana y digo duchaban porque nosotras no podíamos hacerlo, nos limpiaban ellas… ¡Era tan humillante” “Hacíamos la cola para la ducha desnudas, con mucho pudor y vergüenza porque a esas edades… E ibas pasando por su lado y una te daba con la manguera y otra con el estropajo, ¡qué miedo daba la ducha! Cuando llegaba ese momento todas permanecíamos en silencio por el terror que teníamos y la vejación que sufríamos”.
“Como lo pasábamos tan mal, queríamos que nos viniesen a buscar y volver a casa, claro. Pero resulta que las cartas que enviábamos diciendo que las cuidadoras nos pegaban nunca llegaban. ¡Era un sistema de anulación! ¡Tú no sabías si era que no las dejaban pasar o si tus padres no hacían caso! ¿Sabes lo que nos llegaban a decir a algunas? Que nuestras madres no nos iban a recoger porque estaban haciendo de putas ¡Nos decían que éramos basura y que estábamos ahí por caridad! ¿Y todo lo que nos enviaban nuestras familias: ropa, comida…? ¡Lo requisaban! Hicieron negocio con nosotras”.
“Al baño sólo podíamos ir tres veces al día. Eso era algo que nos agobiaba mucho porque tenías que contar las veces que ibas y repartir estratégicamente tus necesidades. También te daban al día un cacho de papel higiénico y no podías tener más”.
Alicia habla muy rápido y exclama con indignación por todo lo que le ha tocado vivir por ser niña sin dinero en la dictadura española. En un momento el aula queda en silencio y Ángela, que todavía no ha hablado, mira a todas con sus ojos más verdes que la mesa de instituto sobre la que se reclina.
“A las que nos meábamos en la cama, nos quemaban el culo. Y obligaban a tus compañeras a que te insultasen, por meona. Éramos medicadas continuamente con vacunas que jamás supimos que llevaban ya que nunca apareció en nuestros historiales médicos. A mí un día me sacaron en ropa interior y descalza al patio. Ese día, nevaba. A una niña con miedo al agua le hicieron “la bañera”, ¡un método de tortura de personas adultas a una niña! Muchas compañeras son incapaces de hablar y, cuando lo hacen, hacemos, es después de tratamiento psicológico y batallas con nosotras mismas. Sufrimos torturas de cárceles de adultos. La huella de esa humillación la llevas, es un efecto psicológico y sólo te deja dos opciones: o vives con miedo o te revelas contra él.”
Ángela se queda en silencio al igual que todas las que ocupan el aula.
“Hay incluso una denuncia de abuso sexual… y, por desgracia, no creemos que fuese algo aislado. Este caso concreto es el de una niña que preparando la comunión fue abusada por el cura Don Mauro de Guaderrama, que hoy en día ya ha muerto. El susodicho, al terminar le dijo: “Esto fue porque eres una guarra”. Ella tiene hoy en día 55 años. También el jardinero se colaba con la cámara de fotos y nos fotografiaba desnudas. Allí nadie se preocupaba por nosotras”.
Mientras las dos mujeres siguen hablando, comienzan a levantarse brazos pidiendo la palabra y mujeres, que escuchaban atónitas, comienzan a recordar que ellas también fueron de “colonias” a diversos centros. Una recuerda que le cortaron el pelo. Otra recuerda las medicinas. Una tercera los insultos. Comienzan a subir las voces en el aula hasta que, en conjunto, se formula la pregunta: “¿Somos realmente conscientes de todas las vejaciones recibidas?”.
Testimonios de las querellantes del Preventorio de Guadarrama
“El recuerdo que guardo de ese preventorio es del máximo miedo y terror. Nunca he hablado de ello con nadie, excepto con mi madre y mis hermanos. Nunca creí que aquella dura y amarga experiencia la pudieran haber vivido y sentido más personas. El sentimiento que tenía es que había sido un golpe de mala suerte que nos habría tocado vivir a los tres hermanos. Aquel lugar, no era ni más ni menos, que lo más parecido que pueda haber en la tierra a un Campo de Concentración para Menores”. Francisca Barastegui, querellante.
“Yo pensaba que iba a pasar unas vacaciones a un lugar precioso en el campo, con un montón de niñas con las que jugar. Me encontré con un caserón donde tiritaba constantemente, recuerdo mis manos y piernas amoratadas en un patio nevado rodeado por una alambra espinosa llevando un vestidillo de tela final y una chaquetita corta de punto, calcetines y zapatillas de tela y suela de esparto. La disciplina militar imponía que nos formáramos en el patio por la mañana para cantar el Cara el Sol, himno falangista, con el brazo en alto”. Ángela Fernández Carballeda, querellante.
“La comida era la mayor parte de los días repugnante. En varias ocasiones comíamos gusanos paseándose por el arroz o las lenteja y no podías decir nada porque te pegaban y a las niñas que vomitaban les hacían comer sus vómitos. Nos obligaban a dormir una larga siesta de tres horas, sin movernos de postura porque te pegaban o te tiraban un zapato”. María Teresa García Romera, querellante.
“Las duchas eran una vez por semana y nos ponían a todas en fila en un pasillo muertas de frío hasta llegar al lugar, nos duchaban con agua fría en pleno invierno, allí como he dicho te trataban mal y si no obedecías te ponían en ridículo delante de todas las compañeras y te insultaban. Viví durante mi estancia allí con mucho miedo. Eran silencios solo para obedecer, no podías preguntar nada ni por supuesto ir al baño si no tocaba la hora y si tenías ganas te tenías que aguantar. Sé de una niña que se levantó, le pegaron y le hincaron las uñas en la cara y el cuello y quedó marcada, pero a los quince días de ese episodio tocaba la visita y su padre al verla toda arañada se la llevó a su casa. Todavía tenía las marcas a pesar de los días transcurridos”. María Luisa Molinero Maiquez, querellante.
“Filas de niñas, en un sótano, desnudas, de todas las edades, muertas de vergüenza tapándonos los pechos y el pubis con las manos, hasta yo que era pequeña me sentía agredida. A veces nos duchaban las chicas mayores, que ayudaban a las cuidadoras y alguna era peor que ellas. El agua estaba muy fría o muy caliente y nos secaban a todas con la misma toalla. Recuerdo con horror los pinchazos continuos. Nos ponían inyecciones o vacunas casi a diario. Era terrible y doloroso. Yo estaba aterrorizada porque me parecía que me había engañado, aquellas no eran vacaciones sino las cárceles que recordaba de las películas. No salíamos nunca de aquel reciento, a pesar de tener la sierra y el pueblo cerca”. Alicia García Romera, querellante.
“Una niña dijo que así no se podía lavar porque tenía fobia al agua y la cogieron por la nuca y le metieron la cara en el lavabo. Empezó a gritar “socorro, socorro, por favor no que me muero”. No paraban de insultarla “guarra, descarada, cochina”. La niña les miraba con pánico y con las manos juntas a modo de súplica y tal eran los gritos que salió otra cuidadora, la cogió de los pelos, la zarandeó, le soltó dos tortas y, a rastras, la llevó a un cuarto en el que había una bañera. Allí la metió vestida dentro de la bañera con agua fría… la niña no dejaba de gritar. Desde ese día no la vimos más. La cuidadora se llamaba Rosa Soriano”. Mercedes González Ramírez de Arellano, querellante.
“Entre los castigos de los que éramos objeto por naderías obedeciendo a directrices comunes, presencié los “corros de tortas” en los que las internas formadas en círculo, debían abofetearse mutuamente por turnos con la fuerza que satisficiera a la cuidadora ordenante del castigo. Además, estas personas aterrorizaban a las niñas con la introducción de leyendas sobre espectros de internas muertas en estado de locura que raptaban a las niñas en la noche”. Paloma Fernández Fernández, querellante.
“Sentimientos de miedo, terror. Vivimos esas llamadas vacaciones con tristeza. Mi hermana se pasó los tres meses en la estancia llorando. Al día de hoy, aunque se presenta en la querella, es incapaz de verbalizar sus vivencias”. Concepción y Pilar Vargas, querellantes.
Por las vejaciones sufridas en el Preventorio de Guaderrama, se querellan 11 mujeres y presentan 200 testimonios. Hay más de 100 ex-cuidadoras vivas.
NOTAS
[1] El Preventorio Infantil del Niño Jesús, Almería (1945-1965), Porfirio Marín Martínez– Pág. 145
[2] Íbid – Pág. 140
[3] Íbid – Pág. 135
[4] Íbid – Pág. 140