«Es necesario que las mujeres denunciemos las torturas que sufrimos en la dictadura franquista»

Francisca Villar del Saz y Aragonés, alias "Paca" es una de las siete mujeres que han denunciado ante la justicia argentina haber sufrido detención ilegal y malos tratos
«¡Hija de puta, no tires la bolsa!» fueron las primeras palabras que Francisca Villar del Saz y Aragonés escuchó de Billy el Niño, el alias por el que es conocido José Antonio González Pacheco, miembro de la Brigada Político Social durante la dictadura franquista y, posteriormente, inspector del Cuerpo Superior de Policía hasta su jubilación. En la actualidad está imputado por torturas en la Querella Argentina contra los crímenes del franquismo y en situación de busca y captura internacional. Sin embargo, la Audiencia Nacional rechazó la petición de extradición, alegando que los delitos prescribieron hace más de 30 años y no constituyen un crimen de lesa humanidad.

Por Ana Viqueira — Feminicidio.net — 2015

España, Madrid – Francisca Villar del Saz y Aragonés, alias «Paca» es una de las siete mujeres que han denunciado ante la justicia argentina haber sufrido detención ilegal y malos tratos. Un sumario que ya cuenta con centenares de querellantes. Militante de las Juventudes Comunistas en aquella época, se prestó a narrar su experiencia en una terraza de Madrid.

– ¿Qué llevaba la bolsa?

– Tres banderas republicanas, que nunca me devolvieron, una pancarta y propaganda.

– ¿De algún partido en particular?

De una acción que hacíamos como Juventudes Comunistas.

-¿Te detuvieron?

Me torturaron.

Paca piensa que su terrible historia forma parte de la memoria de sus antepasadas, que también fueron vejadas. “Creo que existo porque hay un gran condicionante histórico contras las mujeres”. Recuerda, por ejemplo, cómo su abuela era violada sistemáticamente por su abuelo, y asegura que “las circunstancias nos llevan a dónde estamos». Según Paca, esas casualidades y obstáculos determinaron un momento clave en su vida: los 16 años. Fue entonces cuando su hermano fue llamado para hacer el servicio militar obligatorio, por lo que toda la familia, que residía en Holanda, se trasladó a Madrid.

Al llegar a esta ciudad, ella se sentía fuera de lugar. En las discotecas, en vez de bailar, se dedicaba a charlar. “Politiqueaba”, apunta con una sonrisa, “buscaba a mis iguales». Y los encontró en las Juventudes Comunistas, en concreto en la agrupación de enseñanza media de Carabanchel en la que comenzó a militar. En su equipo de trabajo todas eran mujeres excepto “el Jefe», Alfredo.

El acoso policial era continuo. “Llegamos a tener un topo en relaciones sociales». Además, ya empezaba a ser temida la fama de Billy el Niño, que se dedicaba “a controlar estudiantes, sobre todo, en el ámbito universitario”. Aún así, nunca llegó a interceptar su agrupación porque “la información no le llegaba”. “Fíjate, la policía social iba a buscar a militantes al instituto nocturno -al que iban porque trabajaban de día- y el director, que era cura, los escondía». Paca tiene claro que la Iglesia “se portó mal» a nivel institucional” pero, en la base, encontró curas con comportamientos «acordes con lo que predica su religión». Por ejemplo, el director del instituto dejaba un anexo del edificio de la iglesia a los jóvenes del barrio y ella aprovechaba con sus compañeras el local para reunirse y organizar debates como si fueran un club vecinal.

La agrupación de Paca decidió apoyar una acción en defensa de la escuela pública gratuita y de calidad, que consistía en cortar el tráfico con una cadena en la plaza del Parterre, en el barrio de Carabanchel. Era febrero de 1975. «Yo llevaba la cadena, tres banderas republicanas y propaganda», cuenta. Al llegar al punto de encuentro intuyeron que algo no iba bien y decidieron cancelar la protesta. Paca y Alfredo, que llevaban seis meses saliendo juntos, se dirigieron hacia el quiosco de la plaza tratando de disimular. Paca tenía la intención de abandonar allí la bolsa y marcharse, pero justo cuando la apoyaba en el suelo escuchó la voz: «¡Hija de puta, no tires la bolsa!».

DETENCIÓN: «VIVO EN MÍ, PERO NO VIVO»

En el momento de la detención, Alfredo llevaba encima una lista de contactos que intentó tragarse. Paca le ayudó haciendo ver que se besaban, mientras uno de los grises les amenazaba: «¡bien que os voy a poner los morros…!». Una de sus compañeras fingió un ataque de epilepsia con la intención de desviar la atención de la policía, pero nadie la atendió.

De esta forma, Paca, con 18 años, fue conducida a la Dirección General de Seguridad (DGS). «Todos éramos menores de edad», señala. La pusieron contra la pared, la esposaron, le hicieron fotos y la colocaron al lado de una barandilla de madera. En ese momento, «yo vivo en mí, pero no vivo… me abstraigo», continúa. Su abstracción no sirvió para evitarle lo que iba a suceder en los siguientes momentos: después de acribillarla a preguntas y contestar que no, Billy el Niño apareció en escena: «¡Puta, si te he visto…!», gritó y, tras enfundar su pistola, saltó la barandilla y empezó a pegarle.

Con los golpes, le rompieron la cremallera y el botón del pantalón. Le tiraron del pelo: «Tengo algunos lapsus, hay cosas que no recuerdo bien». Lo último que recuerda sobre los momentos previos a que la condujeran a la celda es el ver cómo se llevaban a Alfredo mientras le continuaban pegando, y cómo amenazaban a María, una de sus compañeras de las Juventudes Comunistas: «a ti te vamos a pegar por fea, decían, porque llevaba gafas de cristal gordo».

En la Puerta del Sol está la actual sede del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid que no es otra que la antigua sede de la Dirección General de Seguridad y de la Brigada Político Social franquista
En la Puerta del Sol está la actual sede del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid que no es otra que la antigua sede de la Dirección General de Seguridad y de la Brigada Político Social franquista

–  Paca, en algún momento notaste que te vejaban de forma diferente por el hecho de ser mujer?

– Sí, especialmente en los insultos. Me llamaban puta e hija de puta. Lo que le dijeron a María: «te vamos a pegar por fea» nunca se lo dirían a un hombre.

–  ¿Sufriste violencia sexual?

– No.

–  ¿Y alguna compañera que conozcas?

– Violencia sexual, no. Algo que rodeaba la represión policial contra mujeres militantes era llamarnos putas. Recuerdo que la hermana de Alfredo, Marisol, era muy guapa. Ambos tienen orígenes latinoamericanos, entre otros, y tienen una belleza muy especial: labios gordos, morenos… A Marisol, guapísima ella, recuerdo que los grises le gritaban «puta venezolana». Machistas y xenófobos.

En el calabozo estaba sola. Los azulejos blancos tenían manchas de sangre y, como único mueble, contaba con un banco de cemento sobre el que apenas podía echarse. «A veces no sabía si lo que recordaba era cierto», comenta. Una hemorragia la persuadió, las torturas sí habían sucedido. Su pantalón estaba empapado en sangre a la altura de la entrepierna. Pidió compresas y le enseñaron una de celulosa mientras le advertían que «esta es la última y no es para ti». Solicitó entonces ir al baño. Por el camino, recorrió un pasillo estrecho donde había algunos policías que, a su paso, le ponían la zancadilla y le daban golpes. No consigue recordar cómo iba esposada, solo que sujetaba el pantalón, sin cremallera ni botón, como podía.

Al llegar al servicio, vio que «la sangre que perdía tenía muchos coágulos». Asegura, convencida, que “no era la regla, sino una hemorragia”. «Solo podía pensar que, por lo menos, no estaba cayendo sobre el pantalón». Aprovechó la ocasión para beber agua del grifo. Estaba perdiendo mucho líquido y el pantalón se le acartonaba. «Lo que cuento puede parecer asqueroso, no procede que las mujeres digan esto, pero es propio de tu condición. Es necesario contarlo».

Después de pasar tres días en la DGS, Paca fue trasladada al Palacio de Justicia. Continuó negando todas las acusaciones ante el juez de instrucción. La ingresaron en la cárcel de las Salesas. «Los primeros días en la cárcel no sabía dónde estaba».

CÁRCEL DE LAS SALESAS: «ME LLAMÉ A MÍ MISMA JOVEN E IGNORANTE»

La celda tenía unas literas, una banqueta de madera y un lavabo. Al fin, se podía asear. Al subirse a la banqueta y comenzar a lavarse, notó que un funcionario la estaba mirando: «Todavía nadie me había visto desnuda… fue en ese momento cuando pasé de adolescente a adulta. Lo último que quería hacer era limpiarme delante de ellos pero rompí con todo. Estaba en otro mundo».

A los ocho días de su ingreso, recibió la visita de su hermana de 12 años, que le llevaba algo de ropa limpia. La pequeña le advirtió que tenía marcas de golpes en la cara, aunque Paca solo se acuerda de los que le propinaron en la espalda y los laterales del cuerpo. «Debió ser cuando iba al baño, de caerme», deduce.

En la cárcel las presas políticas se comunicaban con las sociales. «Había algunas que hacían que me cortase como, por ejemplo, las que estaban por cargos de asesinato. Me llamé a mi misma joven e ignorante por esos prejuicios: ni justifiques ni critiques», sentencia.

Paca estuvo en la cárcel dos meses por negarse a pagar una multa, algo que solían hacer las militantes de las Juventudes Comunistas. «Claro, precisamente el momento que viví en la cárcel no lo recuerdo como un trauma sino más bien un aprendizaje», dice al respecto, y añade con picardía: «en ese tiempo aprendí, entre otras cosas, en qué consistían los apañitos, la masturbación por estimulación del clítoris».

Nada más salir de prisión se cortó el pelo. «Tenía muchísimas calvas de tanto que me tiraron de él y, en la prisión, no me lo había podido cortar porque en la peluquería había piojos», explica. Treinta y cinco años después, Alfredo, Paca y el resto de compañeras de la agrupación consiguieron ponerse en contacto a través de La Comuna y adherirse a la Querella Argentina. «Fue muy emocionante, pensábamos que no nos íbamos a volver a ver ni que íbamos a poder hacer algo al respecto sobre lo que ocurrió. Después de lo que llamaron Transición, pensábamos que ya no los íbamos a ajusticiar. Lloramos de emoción».

José Antonio G. Pachecho, alias Billy el Niño, denunciado tanto por Paca como por Alfredo, junto a varias compañeras detenidas aquel mismo febrero de 1975
José Antonio G. Pachecho, alias Billy el Niño, denunciado tanto por Paca como por Alfredo, junto a varias compañeras detenidas aquel mismo febrero de 1975

GÉNERO Y QUERELLA ARGENTINA: ANÁLISIS DE DATOS

En la Querella Argentina contra el franquismo, apenas existen mujeres que hayan presentado denuncia por delitos cometidos contra ellas mismas. De un total de 133, solo 28 denuncian en primera persona mientras que el resto (105) lo hacen en representación de terceros. En el delito particular de detención ilegal y malos tratos, solo hay siete mujeres denunciantes, entre ellas Paca Aragonés, que se querellan por vejaciones y torturas cometidas contra su persona, y 14 denuncian las mismas agresiones, pero cometidas contra otros.

Por contra, en este desglose de género, los hombres presentan unos datos muy diferentes. La mayoría (58) denuncian haber sufrido directamente detenciones ilegales y malos tratos, y son minoritarios (9) los que se querellan por este mismo delito, perpetrado contra otros. Las cifras del total de querellantes masculinos son más equilibradas, ya que son 61 los que lo hacen por delitos cometidos contra ellos mismos y otros tantos (exactamente 61) los que actúan en nombre otros.

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