8 de marzo: ritual de la memoria histórica de las mujeres

8 de marzo memoria histórica

Hoy sabemos que sin mujeres no hay revolución, sin mujeres no hay democracia. Sin mujeres no hay cambio de paradigma, la especie humana lo necesita ahora para superar la crisis global. Hoy las mujeres sabemos que somos protagonistas indispensables de la historia.

 

No es la tiranía del recuerdo la que aparece cuando festejamos o celebramos un acontecimiento sino la necesidad de repetir un ritual de la memoria. Ese recordatorio se vuelve una parcela de tu piel si adviertes que la fecha particular te deja marcas imborrables. Este 8 de marzo, las marcas reviven una vez más y me dictan este editorial.

-A mediados de los 90, hice un reportaje en Argentina sobre una escuela rural en la provincia de Mendoza que había ganado el certamen nacional de primaria en lengua y matemática. Una niña, hija de campesinos humildes y la mayor de varios hermanos, había obtenido la puntuación más alta en lengua. La subhistoria se convirtió en el centro de un relato no narrado, no pude entrevistar a Rosa, había terminado la primera el ciclo anterior. Solo me enteré, por su maestra, que amaba la poesía, que abandonó la escuela por falta de recursos económicos y porque “ayudar a su madre en las tareas del hogar le consumían todo su tiempo”.

-A principios de este siglo investigué los asesinatos de mujeres de Ciudad Juárez. La necrópolis me acompañó en una constante pesadilla durante dos años y medio. Frecuentaba un supermercado del centro de la ciudad, allí conocí a una niña de la calle. Ana, de doce años, vivía de propinas, empaquetaba en bolsas de plástico los productos que compraban las y los clientes al pasar por caja. Uní pedazos de sus relatos a lo largo de meses y palpé su desgarramiento. Era la menor de tres hermanas mujeres a las que su padrastro había violado y sometido sexualmente durante años. Una tarde me preguntó: “¿Todas las mujeres tienen que pasar esa prueba? Mi madre también la pasó y tengo amigas que han pasado por lo mismo”.

-En el 2006 en uno de los cursos de violencia de género que impartí en Oaxaca, México, una de las dinámicas consistía en construir un relato en el que las mujeres participantes narraran un hecho o situación de violencia cercano a sus vidas. Las sesiones duraban cuatro horas. Ese sábado empezamos a las nueve de la mañana y terminamos a las nueve de la noche. La condición era no interrumpir el relato y cumplimos la regla a rajatabla. Me acompañaban dos psicólogas pero no hizo falta la contención terapéutica. Fue un momento mágico, en un gesto invisible nos abrazamos y surgió una congoja colectiva liberadora, sanadora. Me gustó la manera en que pudimos cerrar el duelo de una participante, no recuerdo su nombre pero sí su rostro compungido, su hermana había sido asesinada y el feminicidio perpetrado por su cuñado había quedado impune. Ese día lo contó por primera vez.

-El año pasado caminaba por la calle Montera, centro de Madrid, siempre que lo hago me siento no incómoda sino molesta, la opresión de género tiene eso, que si empatizas con lo que padece otra mujer no puedes dejar de involucrarte aunque solo sea de manera simbólica. Montera funciona como menú-degustación de clientes de prostitución. Decenas y decenas de mujeres -cada vez más jóvenes- ofrecen sus cuerpos a la vista de proxenetas camuflados, policía municipal y transeúntes indiferentes. Charlo con algunas de ellas. El año pasado una chica, juraría que era menor de edad, oriunda de un país de Europa del Este, me dijo: “Con un trabajo de los que me ofrecen ganaría una miseria…debo enviar dinero a mi familia. Además no tengo papeles y si hago esto corro menos riesgo de que me deporten”.

Ayer tuve una conversación imaginaria con las protagonistas de estos breves relatos. Parte de mi ritual es que sus narraciones me acompañen esta tarde durante la marcha del 8 de marzo en Madrid.

El movimiento feminista se ha sostenido, ha evolucionado y ha conseguido articular reivindicaciones debido a que hizo visibles los marcos de injusticia, desigualdad y violencia patriarcal que padecemos las mujeres en todos los rincones del planeta. Si miramos hacia atrás, más de tres siglos de existencia avalan un camino de logros y pendientes. Es el único movimiento que ha gestado una revolución sin pausa, a veces con pasos serenos, otras con zancadas, siempre llevados a cabo de manera pacífica, sabia y valiente.

Hoy sabemos que sin mujeres no hay revolución, sin mujeres no hay democracia. Sin mujeres no hay cambio de paradigma, la especie humana lo necesita ahora para superar la crisis global.

Hoy las mujeres sabemos que somos protagonistas indispensables de la historia.

Por ellas, las que iniciaron el camino, las precursoras, las luchadoras, las visionarias.

Por ellas, las oprimidas, las invisibles, las excluidas, las que son asesinadas o violentadas simplemente por el hecho de ser mujeres.

Por ellas celebramos, conmemoramos, festejamos o nos rebelamos con un grito este día.

Por ellas y por todas las que sostienen el planeta vale la pena repetir cada 8 de marzo el ritual de la memoria histórica de las mujeres.

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