La institución masculina patriarcal más antigua

La primera edición del ‘Diccionario Ideológico Feminista’ de Victoria Sau data de 1981. Todavía hoy es la definición más completa de «prostitución». La hemos escogido para nuestro glosario de términos feministas

 

Victoria Sau: Diccionario ideológico feminista (1981), (2000) Barcelona, Ed. Icaria

Prostitución. Institución masculina patriarcal según la cual un nú­mero indeterminado de mujeres no llega nunca a ser distribuido a hom­bres concretos por el colectivo de varones a fin de que queden a merced no de uno sólo sino de todos aquellos que deseen tener acceso a ellas, lo cual suele estar mediatizado por una simple compensación económica.

Una vez hecha posible y creada la institución por y para los hom­bres, la evolución de la misma y formas de concretarse son muy nume­rosas. A las prostitutas se las llama a veces «mujeres libres» en el sentido de que no tienen un amo único (marido) pero en cambio están expuestas al tratamiento autoritario y patriarcal de todos o cualquiera de los varo­nes. De derecho, como toda mujer no casada, no pueden tener hijos, pero de hecho es inevitable que a veces los tengan aunque sin reconocimiento social (véase Madre).

Históricamente parece que fue Justiniano el primero en dar una de­finición de la prostitución que todavía puede resultar válida hoy a nivel de diccionario masculino corriente: «Mujeres que se entregan a los hom­bres por dinero y no por placer». (Dallayrac: Dossier prostitution.)

 La mayoría de los autores estudiosos del tema de la prostitución tie­nen tendencia a caer en los siguientes errores:

– Dicen que la prostitución fue instituida por las propias mujeres.

– Consideran los orígenes de la prostitución, la prostitución sagrada, como no-prostitución, sino como elevación al rango de sacerdo­tisas del amor.

– Piensan que la prostitución se hizo ignominiosa sólo a partir de su reglamentación en Grecia en el siglo V. a. de n.e., con Solón, o con la introducción de la primera cartilla, debida al emperador Marco en el 187 a. de n.e. y que estigmatiza ya a la prostituta.

Estos autores no aclaran nunca, porque ellos mismos no pueden «explicárselo», el descenso imparable en el tiempo de la condición de sacer­dotisa a la de la ramera más vulgar.

La prostitución sagrada consistía en la obligación de entregarse a cualquier extranjero que las solicitara desde la galería y que solía elegir­las lanzándoles una moneda. El acto sexual tenía lugar en el interior del templo y el dinero era para el culto de la diosa o el dios. La prostitución sagrada floreció en Babilonia unos dos mil años antes de nuestra era, pero se extendió a Egipto, Fenicia y Grecia entre otros pueblos. En la India existe todavía en la actualidad.

En primer lugar hay que cuestionarse la condición de sacerdotisa que, si vista desde hoy parece de mayor rango que la de prostituta co­rriente, era ya una condición que expresaba toda la decadencia de la mu­jer. En un mundo ya patriarcal, las diosas de la fertilidad estaban «determinadas» para la misma y además rodeadas de templos de dioses masculinos de clara preeminencia, servidos también por mujeres. La im­posibilidad de que la prostituta sagrada se negara a un hombre, indica cómo estaba coartada su libertad de decisión. Las sacerdotisas, además, acaban desapareciendo de los templos, incluso de los dedicados a deida­des femeninas, y son sustituidas por hombres. La ley quiere entonces que sean las mujeres casaderas las que antes de contraer matrimonio vayan a prostituirse un día a las gradas del templo como condición necesaria para ser en adelante de un hombre solo y poder negarse a los demás legí­timamente. Hay autores que ven en ello también un rito de fecundidad, puesto que tanto Ischtar, como Milita y la Afrodita del período griego clásico, son divinidades que protegen a las parturientas. También hay quien ve en ello un rito de desfloración a cargo de un hombre que no es el marido, debido al temor mítico de éste a semejante acto. La «hos­pitalidad sexual», por otra parte, que todavía se practica en bastantes lugares del mundo, como por ejemplo entre los lapones, podría ser el fondo de la obligación de entregarse a un «extraño» y ello respondería al derecho preservado en el contrato social masculino de que todo hom­bre pueda tener acceso a mujer en un momento dado (que estaría justifi­cado por razones de desplazamiento) a pesar de los contratos de grada, privatización de mujeres que el propio colectivo masculino refrenda con el nombre de matrimonio.

Georges Devereux, etnólogo y psicoanalista, señala con todo, una importante diferencia entre las prostitutas sagradas que ejercen en el tem­plo de una diosa («santas mujeres») y las que lo hacen en el templo de un dios (deva dasi). Provisionales o permanentes, las primeras sirven a una diosa célibe (soltera) que tiene numerosos amantes, y a la que ellas encarnan en sus relaciones sexuales con hombres vivos. El hombre está en posición de inferioridad respecto a la diosa y a su representante hu­mana. El peligro, señala Devereux, está en los «crueles caprichos de la diosa» cuyos jóvenes amantes míticos perecen siempre pronto y a menu­do de manera trágica.

Este autor encuentra semejanza entre las prostitutas prestigiosas de la sociedad prehelénica y las «santas mujeres» del Próximo Oriente, in­cluida Corinto en la Grecia continental. Las primeras eran vistas a los ojos de los griegos como ·silvestres», no in­sertadas en el nuevo orden, a las que había que domar, y esta doma era precisamente la desfloración. Por otra parte, al profundizar en la estruc­tura psicológica de la prostitución sagrada (ritual) del Próximo Oriente, Devereux nos remite al conflicto que deriva del acto de la desfloración de una virgen, como ya se ha apuntado anteriormente. Lo que sí parece definitivamente cierto es que el apelativo de virgen no incluía la virgini­dad anatómica de una gran diosa célibe, y que ésta es una imputación tardía. Virgen hubiese equivalido a libre, no sometida al matrimonio, independientemente de los amantes que la diosa hubiera tenido.

La prostitución va degenerando dentro de la propia institucionalidad masculina, con la consiguiente pérdida de prestigio de la prostituta.

«Es posible que el nuevo sistema patriarcal no haya podido tolerar ni a la mujer célibe, libre respecto a su cuerpo y jugando un papel capi­tal -tanto en el culto de las diosas solteras del amor (y de la fertilidad) como en el contexto del ritual agrario-, ni desenraizarla del todo de la piedad de los agricultores conquistados. La solución de compromiso pa­rece haber sido una sacralización total – y por lo tanto estrechamente limitada- de la promiscuidad de la xaphevos arcaica, la cual derivó en «santa mujer», sacerdotisa de diosas solteras de los pueblos conquista­dos, al margen de la sociedad laica que hizo del matrimonio una estruc­tura social fundamental». (Femme et mythe).

Que la prostitución no es una institución femenina sino masculina lo demuestra asimismo el hecho de que en Grecia se reclutaran para la misma las esclavas importadas con este fin, las cuales contaban en el lupanar con una celda donde cumplir con su trabajo forzado. Dallayrac dice que debido al mismo, gozaban quizá de mayor consideración que la simple esclava doméstica, pero el Diccionario Enciclopédico Hispanoamericano aclara que «en el lupanar cada celda era la habitación de una prostituta esclava comprada por el Leno y explotada por el hasta que, inservible, la vendía de nuevo». En Roma las prostitutas eran reclutadas entre la población penal femenina para que así, además, no causaran gastos de manutención. Esto sin olvidar que el pater familias tenía potestad para vender o alquilar a la esposa y las hijas para la prostitución. Las prostitutas no esclavas solían llegar, a pesar de todo, a extremos de gran pobreza como lo indica lo ínfimo de las tarifas que cobraban, especialmente las más insignificantes que ejercían cerca de los cementeríos. Se las privaba de casi todos los derechos y se las obligaba a vestir la toga infamante, que en otras épocas ha sido sustituida por la obligación de teñirse el pelo con azafrán u otros signos externos de infamia.

En los templos de la India, por lo menos hasta 1926, las niñas entraban al servicio de un sacerdote para aprender su posterior «profesión» a partir de los cinco años.

En el cristianismo la postura de la Iglesia es de oprobio para las pros­titutas y de tolerancia cuando no reconocimiento de la prostitución. Pa­dres de la Iglesia como San Agustín y Santo Tomas la consideran necesaria en tanto que gracias a ella podrá preservarse la honestidad de las mujeres casadas y la virginidad de las solteras. Esta doble moral que impregna toda la etapa feudal es conservada por la burguesía y el capitalismo cuan­do llegan al poder. El pensamiento socialista es el primero en interpretarla como el reverso del matrimonio, ya que uno y otra se explican mutuamente. Las condiciones sociales abyectas propias de la era indus­trial, favorecen el aumento de la prostitución, tan evolucionada ya que no es necesario señalar con el dedo o decretar por ley que mujeres han de ser prostitutas, como en la antigüedad: basta que la institución este en marcha y que las condiciones sociales hagan por sí mismas lo demás, lo cual permite mantener la conciencia «limpia» pues son las mujeres voluntariamente quienes toman esta opción. Así lo indica Tardieu en el Dic­cionario Enciclopédico Hispanoamericano antes citado: «Después de estas causas, tan numerosas y tan tristes, viene una idea consoladora: que la sociedad no impulsa a nadie a ese mundo de depravación; las caídas son, con cortas excepciones, voluntarias».

En el Nuevo Mundo la primera casa de mujeres fue abierta en 1526, en Puerto Rico. «El Rey, Concejo, Justicia, Regidores de esa ciudad de Puerto Rico, de la isla de San Juan: Bartolomé Conejo me hizo reclama­ción que por la honestidad de la ciudad y mujeres casadas de ella, y por excusar otros daños e inconvenientes, hay necesidad que se haga en ella casa de mujeres públicas… (O’Sullivan, N.: Las mujeres de los conquis­tadores).El texto habla por sí mismo.

En la actualidad los métodos indirectos del patriarcado para indu­cir a las mujeres a la prostitución, sea ésta reglamentada o no, son más sutiles que nunca, pero se pueden destacar como principales:

– La comercialización del cuerpo de la mujer por parte de todos los medios posibles de comunicación de masas, en tanto que puestos al servicio de la industria capitalista que extrae saneados ingresos con la venta de los productos varios que contribuyen a crear el contexto nece­sario para la relación cliente-prostituta.

– La ausencia de una auténtica igualdad de oportunidades entre los sexos, que deja a las mujeres con mayor frecuencia en posición débil e insegura, y a expensas de los hombres.

– La institución misma que permite que cualquier mujer, por el hecho de serlo, sea susceptible en un momento dado de ser prostituida o darse a la prostitución.

Este último punto, el más importante, hace que el tema afecte por igual a todas las mujeres.

El oficio más viejo del mundo. Expresión machista y sexista con la que se quiere dar a entender que la prostitución ha sido, es y será, o, lo que es lo mismo, que es innata a la condición de la mujer e inmodificable.

 

Prostitución masculina. No es simétrica a la femenina y en todo ca­so, hay que estudiarla en el contexto de la explotación del hombre por el hombre

 

Véase: Diosa, Matrimonio, Sexualidad, Trata de blancas, Virgini­dad, Zorra.

 

BIBLIOGRAFIA. 

— Boix, F. y Fullat, O.: Breve estudio sobre la prostitu­ción. 

— Chacel, R.: Saturnal. — Choisy, M.: Psicoanálisis de la prostitución. 

— Dayllerac, D.: Dossier prostitution. 

— Gorbin, A.: Les filies de noce. 

— Her- vas, R.: Historia de la prostitución. 

— Jaget, C.: Una vida de puta. 

— Mayo, K.:Mother India. 

— Millet, K.: La prostitution. 

— Navarro Fdez., A., Dr.: La prostitución en la villa de Madrid. 

— Rodríguez Solís, E.: Historia de la prostitución en España y América. 

— Sacotte, M.: La Prostitución 

— Scanlon, G.: «La prostitución», cap. 2, 1.a parte de La polémica feminista en España. La Prostitución

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