En ese relato ausente en el que a veces se inscribe el feminicidio, se asoman casos como el de Anna Girona, Verónica Tallo y Segunda María Desviat, que ponen en jaque al Estado y sus instituciones: la justicia patriarcal, incapaz de perseguir y condenar a un depredador sexual de manual y feminicida serial; y la administración pública y su funcionariado, que archiva legajos de personas fragiles y marginales y las abandona a la suerte de la crueldad. Segunda María (ID 1244) mantenía una relación afectiva con David Bosch, su presunto victimario. En nuestra base de datos lo hemos clasificado como feminicidio íntimo, caso que no fue reconocido como cifra oficial pese a que responde al objeto de La Ley Integral. Su cadáver, hallado el 2 de marzo de 2015, había sido enterrado en julio de 2014. Es una de las 112 mujeres asesinadas por la violencia patriarcal que contabilizamos y de las cuales registramos el final de sus vidas. Algunas como las tres víctimas de Bosch, apodado «el Calvo», ni siquiera tuvieron el derecho a ser lloradas. Nosotras las recordamos en las páginas del Informe de 2015. Y a través de un duelo público que celebraremos el lunes 21 de noviembre, de 17 a 22 horas en la Plaza Sant Jaume. No te olvidamos Segunda María.
Por Quique Badía*
La memoria de Segunda María Desviat la preservan a día de hoy una decena de artículos en las secciones de sucesos de varios medios, alguna que otra referencia a un juicio de faltas, varios informes policiales, y su nombre grabado sobre mármol en una lápida compartida en la localidad catalana de Sant Quirze del Vallès. Según su nicho, no había cumplido los 30 en 2014 cuando le arrebataron la vida.
Segunda habitaba en los márgenes. Sufría una discapacidad del 51% y era adicta al crack. Ejercía la prostitución para poder procurarse unos ingresos que le permitieran hacer acopio de lo básico y de la droga que consumía con regularidad. Y es que fue su adicción, precisamente, la que la convirtió en presa fácil de su presunto asesino: David Bosch, apodado “el Calvo” en su entorno.
De acuerdo a los indicios recabados por la Unidad Central de Personas Desaparecidas de los Mossos d’Esquadra, la policía autonómica de Cataluña, Desviat habría sido tan solo una de las ocho víctimas constatadas del Calvo, tres de las cuales, Segunda incluida, habrían sido mortales.
Las pesquisas contra David Bosch, nacido en Valencia en 1970, se inician el invierno de 2012 tras una tentativa de homicidio por estrangulamiento a F. M., una de sus víctimas, en su tienda de campaña afincada en la zona montañosa de Montjuïc, en la que él duerme de forma intermitente, a pesar de vivir con su madre en un céntrico piso del Paral·lel barcelonés a unos 40 minutos en transporte público.
“Acabarás igual que una que tengo enterrada ahí al lado”, aseguraba la superviviente que le dijo David Bosch en un parte judicial facultativo emitido por el hospital donde es atendida tras escapar de la tienda creyéndola muerta el Calvo. El juzgado de Violencia contra la Mujer número 2 de Barcelona (VIDO2) le toma declaración y el juez lo deriva al grupo de la policía autonómica adjunto a su oficina. Por la especialización requerida, este grupo derivará el caso, a su vez, a otro departamento.
Es en este momento en el que entra en juego la Unidad Central de Personas Desaparecidas de los Mossos d’Esquadra.
Anna Girona
La información de F. M. permite a los agentes de la policía autonómica encontrar con relativa facilidad el cuerpo de Anna Girona bajo un montículo de piedras y al lado de un higuero. Hacía más de medio año que estaba ahí. El verano de 2012 su madre había denunciado su desaparición.
Anna, como Segunda María, también sufría una grave enfermedad. De un informe médico de urgencias de junio de 2012 se desprende que contrajo el SIDA por su reiterado consumo de heroína por vía intravenosa, algo agravado por la epilepsia que la perjudicaba desde niña. Tenía 43 años cuando habría sido asesinada y, también como Segunda, ejercía la prostitución para sobrevivir.
Bosch mantenía relaciones con F. M. y Girona a la vez. En el juicio que tuvo lugar en diciembre de 2014 se apuntó a la posibilidad de que ambos hubieran colaborado de alguna manera en el homicidio de Anna. Se acusaron mútuamente. F. M. aseguró en sede judicial que el Calvo había confesado haber asestado un golpe mortal con una piedra en la cabeza de Anna Girona, algo de lo que luego se retractó la superviviente al afirmar que había actuado movida por la venganza. A principios de 2015 se les absolvió por falta de pruebas y fueron vistos juntos de nuevo a pesar de la orden de alejamiento que pesaba sobre él.
No se practicó ninguna autopsia, y la resolución sentenció: “Deben de conjugarse las conclusiones de la pericial antropológica con el estado de salud de la acusada, conjunción que nos lleva a una conclusión tan razonable como que [Anna] falleciera en la tienda por causas naturales y los acusados, ambos con antecedentes penales y viviendo al margen de la sociedad, al igual que la fallecida, al encontrársela muerta, procedieron a enterrarla, ante el temor de que si lo comunicaban a las Autoridades, ellos resultaran implicados”.
Girona tenía tres hijos cuando murió.
Segunda María Desviat
No es entre un año y medio y dos años después cuando alguien da la voz de alarma por la desaparición de Segunda. Llegan testimonios de que David Bosch anda por Montjuïc de nuevo y un usuario del punto móvil de venopunción apodado “El abuelo” afirma que hace tiempo que no saben nada de ella. Le habían visto con el Calvo, un hecho que llega en formato de nota informativa a la unidad de investigación del distrito de Sants Montjuïc. Desaparecidos de Mossos d’Esquadra vuelve a ponerse manos a la obra.
El cráneo de Segunda María salió rodando el verano de 2014 cuando la retroexcavadora hundió su pala en el transcurso de unas obras en la calle Ulldecona, a unos 15 minutos a pie desde Montjuïc, donde acampaba el Calvo, y en un de las casas en ruinas en las que pernoctaba la pareja. Los operarios ya estaban sobre aviso. Sus restos óseos mostraban indicios de que el cuerpo habría sido quemado.
Desviat ejercía la prostitución en una zona aledaña al cementerio de la montaña homónima. En un artículo publicado en La Vanguardia a finales de junio de 2016 la periodista Mayka Navarro fue a hablar con algunas de sus antiguas compañeras. Ahí le llamaban “La Niñata”.
“A la Niñata la tenía cuando quería a cambio de unas cuantas caladas de cocaína”, le dijo una de ellas a la periodista.
Sobre el papel, Segunda María estaba incapacitada y bajo la guardia de la Fundación La Tutela, que debía hacerse cargo de ella por un mandato judicial de 2004. La única vez que se la citó por esta institución mediante servicios sociales fue para que se hiciera el DNI. Como no se presentó, a partir de ahí no volvieron a insistir.
El tipo de relación que supuestamente tenía con la fundación era de curatela: ella podía hacer su vida, pero las decisiones de tipo económico que pudieran perjudicar su patrimonio las debía autorizar La Tutela. Aunque Segunda no tenía ningún patrimonio que administrar.
La aparición de su cadáver motiva el arresto del Calvo. Se le toma declaración y se constatan contradicciones en su versión por el testimonio de personas de su entorno; otras mujeres que ejercían la prostitución. Se abren diligencias por homicidio en el juzgado número 13 de Barcelona y David Bosch ingresa en prisión como presunto autor del asesinato de Segunda María. Pero no pasaría mucho tiempo ahí.
La policía autonómica pidió a la judicatura que las declaraciones de las testigos se preconstituyeran: es decir, que pudieran prestar declaración en sede judicial antes del juicio de manera que una eventual muerte por enfermedad o sobredosis no interfiriera en el caso. Se las citó, pero ninguna de ellas apareció en el juzgado ni volvieron por la zona. No querían saber nada del caso. Las personas en esta situación suelen tener cuentas pendientes con la justicia, su relación con la policía no es fácil, y esto les disuade de colaborar en casos como este.
Por la falta de testigos, de cargos y de ratificación en sede judicial de estos testimonios, el juez se ve con la obligación, ante la premura del abogado de la familia, de dejar al Calvo en libertad con cargos hasta el día del juicio. David Bosch se habría librado de nuevo.
La madre de Desviat era usuaria de los servicios sociales de Terrassa. Por la buena relación existente entre la técnica del servicio y ella, Mossos considera que es mejor que se le comunique el asesinato de su hija por esa vía.
La madre de Segunda María respondió: “Mira hija, si está muerta, descansa ella y descanso yo”.
Verónica Tallo
La unidad a cargo de la investigación de estas desapariciones de ámbito criminal en la policía autonómica empieza a definir un protocolo estable de comunicación con los organismos que están al cuidado de estas personas. Es una relación que se consolida a raíz de las pesquisas.
Los Centros de Atención Sociosanitara (CAS) Sala Baluard y Lluís Companys, el Servicio de Atención y Prevención Sociosanitaria (SAPS) de la Cruz Roja, y el Centro de Reducción de Daños (CRD) de Robadors devienen los mejores aliados de la policía para penetrar en un mundo de marginalidad que tienen vetado.
El hallazgo del cadáver de Segunda María lleva a Desaparecidos a pedir a estos centros que informen de cualquier acto violento de Bosch contra cualquier mujer usuaria. Y es que la lista no para de crecer.
En junio de 2015, M. L., que mantenía relaciones con David Bosch, llegó con un surco de oreja a oreja al hospital. Según la información proveída por los centros mencionados la herida se la había hecho el Calvo la noche anterior con el cinturón mientras la estrangulaba. Ese mismo año habría obligado a R. Z. a mantener relaciones sexuales con él poniéndole un cuchillo en el cuello tras romperle la nariz.
Y todo ello venía de lejos: la fallecida por causas no relacionadas con el presunto asesino, Manuela Sánchez, acabó en el hospital en 2010 después de que David Bosch le propinara una brutal paliza por una cuestión de dinero.
Pero aún quedaba por salir a flotación otra agresión con resultado de muerte.
La unidad de desaparecidos de los Mossos d’Esquadra instaron a los responsables de las instituciones que trabajan con las personas en situaciones parejas a las de las víctimas a consultar sus bases de datos para detectar si había usuarias que habían dejado de venir por causas extrañas.
Les llamaron del CRD de Robadors y les dijeron que había una chica de la que no sabían nada desde 2012, y resultaba que la última vez que vino fue con alguien a quien llamaban el Calvo y que vivía en una tienda de campaña en Montjuïc. Era Verónica Tallo; una mujer que ejercía la prostitución, politoxicómana, portadora del VIH y que esperaba un hijo de su presunto asesino.
Como en los anteriores casos referidos, los vínculos familiares de Tallo eran más bien débiles. Llevaba consumiendo drogas desde los 15 años y hacía otros 15 que rompieron relaciones con su madre, por culparle ésta de la muerte del hermano de Verónica por sobredosis.
Después de un ingreso en prisión, a Verónica Tallo se la ve en compañía de David Bosch En el CRD de Robadors manifiesta no querer seguir con el embarazo, que en aquel entonces ya estaba en su séptima semana. Dos días antes de la navidad de 2011 acudirá al CAS Lluís Companys junto al Calvo para poder utilizar los servicios del comedor social nocturno. Sería la última vez que lo visitaría.
El 27 de diciembre del mismo año sufriría una agresión por parte de David Bosch que la llevaría a ser hospitalizada. Dos días después fue a la Sala Baluard a requerir un sitio donde dormir. No había lugar para ella. Dejó ahí sus efectos y manifestó su miedo a dormir en la calle por la posibilidad de encontrarse con su agresor. Ya no volvió más, y su cuerpo aún no ha aparecido, hecho que problematizó las indagaciones. De nuevo, la jueza del caso le dejó en libertad.
La periodista de la televisión autonómica catalana Fátima Llambrich, autora del libro Sense Cadàver (Sin Cadáver), recuerda que no es necesario un cuerpo para que se pueda condenar a alguien con arreglo a la ley. Hay jurisprudencia del Tribunal Supremo (TS) asentada desde hace más de dos décadas y que prevé una condena en base a pruebas indiciarias.
Pero, como con Segunda María, la falta de testigos o de otros elementos probatorios jugaron a favor del presunto asesino. Cuatro años después, los efectos personales de Verónica Tallo seguían en la Sala Baluard.
Historias inconclusas
Todas las mencionadas son historias parciales y fragmentadas resultantes de encajar informes médicos, policiales y testigos de conocidos. La protección de la privacidad prevista en la ley de protección de datos española y la precariedad de los entornos de las víctimas son obstáculos significativos para toda indagación que requiera referir con rigor todo lo acaecido.
A partir de esta búsqueda se puede señalar que la coordinación entre policía autonómica e instituciones a cargo de las personas en riesgo de exclusión es una línea de trabajo de reciente aplicación y cuyos protocolos aún están por definir. O que la actuación de la fundación a cargo de alguna de las mujeres asesinadas no destacó, precisamente, por el exceso de celo en su localización, así como que los departamentos municipales que documentan las violencias contra las mujeres fueron ajenos a lo sucedido.
Es el caso del área de políticas de género de la localidad de Terrassa, pues ni Segunda María ni ningún familiar fue ahí a pedir información, ya que, de ser así, habría quedado registrado. El protocolo se hubiera activado aunque ella no fuera vecina de la localidad, ante una eventual petición de la madre, que sí que era usuaria de los servicios sociales del municipio catalán.
Pero la falta de cohesión en el entorno familiar tampoco ayuda. Rupturas a varios niveles de relación familiar dificultan cualquier posibilidad de dar con los allegados de las víctimas de forma que se puedan referir circunstancias parecidas en estos ámbitos. La hermana de la madre de Tallo, por ejemplo, hacía años que no se dirigía la palabra con ella.
Se puede afirmar genéricamente, eso sí, que en todos los casos mencionados media una cierta desestructuración que relega a las mujeres al aislamiento que las acabaría convirtiendo en víctimas propicias. Este es el término técnico que designa, eufemísticamente, la desprotección bajo la que viven estas mujeres.
Desde mediados de los 80 la criminología apunta a un rasgo compartido en todo asesino en serie, figura en la que encajaría un Bosch. Todos ellos, casi sin excepciones, buscan a víctimas que perciben más vulnerables; que creen más fáciles de dominar. Normalmente van a por los llamados perfiles accesibles.
Y hay ciertos estilos de vida que exponen a los individuos a mayores amenazas y peligros que otros, señalaba ya en 1983 el profesor de sociología criminal Andrew Karmen.
Son las víctimas que a mediados de los 90 el experto en asesinatos en serie Steven Egger apodó “menos muertas”. Aquellas personas que habitan en los márgenes de la sociedad y cuyos hábitos de consumo de drogas, la exposición que asumen al ejercer la prostitución en condiciones precarias y las enfermedades asociadas a estas opciones junto a la desintegración de vínculos familiares que conllevan lleva aparejado que nadie les eche de menos si desaparecen.
Todos ellos son rasgos comunes en las víctimas del Calvo. Esto, y trastornos de salud mental en ellas que no hacían sino agravar su aislamiento.
David Bosch estaría en el mejor sitio del mundo para matar: era un zorro en el gallinero. Si alguien asesinaba a cualquiera de ellas no se enteraría prácticamente nadie. Ni tampoco sería posible desarrollar propuestas para garantizar su guarda por las dificultades de profundizar en sus casos.
El presunto asesino
El agente a cargo del caso refiere a el Calvo como a un “maltratador de libro”, de manual. Este perfil es común en cualquier escalafón de la sociedad, pero si a eso se le añade una falta de control formal por no tener hábitos de ningún tipo, consumo de estupefacientes, politoxicomanía acusada y una pulsión sexual acelerada que resulta de todo lo anterior cuando toma drogas, el cóctel deviene explosivo.
La policía autonómica tiene documentadas por lo menos cuatro agresiones y tres presuntos asesinatos de mujeres. Todas las supervivientes apuntan que cuando se inyectaba cocaína le daba por practicar el sexo. Y si ellas no querían, pasaba de la hiperactividad sexual a la violencia.
Pero de acuerdo a fuentes consultadas de las instituciones de guarda de estas personas y conocedoras del caso, David Bosch no era ningún adicto. Él era un vehículo de la droga, que utilizaba con fines muy concretos: captar a sus presas. Los trabajadores del centro debían verle día sí y día también seleccionando a sus presuntas víctimas, todas ellas con un perfil de exclusión y de aislamiento muy determinado, generalmente con alguna patología de salud mental asociada.
Y la precariedad familiar, como la adicción, tampoco era un rasgo en común con sus víctimas. David vivía con su madre, con domicilio fijo y localizable, y que además es quien le proveyó el abogado que ganó varias veces su libertad. Hasta el pasado 19 de octubre de 2016.
Desde hacía unos tres meses y tras librarse de la imputación por asesinato de Verónica Tallo, el Calvo empezó una relación con una mujer que padecía trastornos de personalidad y que, como Segunda María, tenía reconocida una discapacidad. Un perfil familiar para el presunto asesino.
David Bosch le pidió a su actual compañera que emitiera una denuncia falsa contra una expareja de él contra la que tiene una orden de alejamiento para imputarle unas lesiones inexistentes de las que ella sería víctima.
Ante la negativa el Calvo le golpeó brutalmente y vertió ocho litros de agua sobre ella. Hasta le orinó encima con ánimo de humillarla. Le quitó las llaves y el móvil y barricó la entrada con muebles en la puerta, y electrificó la cerradura con un cable para electrocutar a todo el que quisiera entrar. La patrulla de agentes que acudió alertada por la madre de la víctima tuvo que requerir a las Áreas Regionales de Recursos Operativos (ARRO) que intervinieran.
Dentro del inmueble les esperaba David Bosch con un cristal roto en la mano y gritándoles: “Venid si tenéis cojones”.
Le han caído seis años de cárcel, pero ninguno de ellos es en cumplimiento de condena por el resto de sus presuntas víctimas; Anna, Segunda o Verónica, y otras cuya identidad preservamos bajo siglas por seguir vivas y no estar garantizada la no excarcelación del Calvo en algún momento.
*Quique Badía es periodista en Broadly.